Fallecido en 1134 el rey de Aragón, Alfonso I el Batallador, sin descendencia, los nobles ofrecieron la Corona del Reino a su hermano Ramiro, recluido en el monasterio francés de Saint Pons de Thomières. Con un rey inexperto y en apariencia pusilánime los nobles aragoneses pensaron que podrían manejarlo a su antojo.
Ramiro II, el Monje, tomó posesión del trono a finales de ese año con el compromiso de regresar en dos años a sus quehaceres eclesiásticos, una vez asegurada la línea de sucesión. Los continuos desdenes y rebeldías de los nobles principales pusieron a la Corona al borde de la ingobernabilidad y Ramiro, neófito en cuestiones de corte y gobierno, pidió consejo a su mentor, el abad de Saint Pons. Tras escuchar éste al emisario enviado por el Rey, sin mediar palabra alguna y cuchillo en mano, salió al huerto del monasterio donde cortó las hojas de col más sobresalientes, al tiempo que ordenó al emisario que narrara al rey lo que había visto.
Tras el relato del emisario, el rey convocó a todos los nobles aragoneses a palacio con el pretexto de mostrarles una enorme campana cuyo tañido sonaría en los confines del reino. Entre divertidos, curiosos y escépticos, uno a uno, los nobles más levantiscos, fueron conducidos a la estancia para contemplar la famosa campana. Tal y como entraban, un verdugo cortaba las cabezas de todos ellos. Dispuestas las cabezas en círculo, colgando de una soga una de ellas en el centro, a modo de badajo, hizo entrar en la estancia al resto de los nobles para que contemplaran la Campana de Huesca, que sonó en todo el Reino de Aragón.
La Campana de Huesca.
Depósito del Museo del Prado. Autor: José Casado del Alisal (1832-1886) Nº Cat. P-6751
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